CONTIGO, VIRGEN DEL CARMEN, JUNTOS EN EL CAMINO

- El calendario civil viene marcado con el feriado del día 16 de julio, como signo de la gratitud de un pueblo que se confía a la protección de la Santísima Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora del Carmen, Madre y Reina de Chile, consuelo de los afligidos, “Estrella que nos guía hacia el sol del Señor”.
- Desde los albores de la patria, los padres fundadores confiaron la vida de Chile a la “Carmelita” o la “Chinita”, como con cariño la llamamos. Ella está siempre presente en la vida cotidiana de quienes vivimos y caminamos por nuestra tierra. Esta fecha, espontáneamente, nos evoca el Santuario Nacional de Maipú, la pampa del Tamarugal, la danza festiva y colorida de los bailes religiosos, las oraciones y novenas, en las cuales la Madre preside a sus hijos. Es una tradición preciosa de la piedad popular que se sigue transmitiendo de una generación a otra, y que forma parte del alma de la nación. Gracias, familias chilenas, por presentar la Virgen del Carmen a sus hijos como intercesora ante su Hijo Jesucristo.
- Una imagen suya, regalada a Chile por el papa Benedicto XVI con ocasión del Bicentenario de la Independencia el año 2010, recorrió el país entero después del terrible terremoto y maremoto del 27 de febrero de ese año. Como madre del consuelo, la Virgen del Carmen Misionera congregó a las comunidades en torno al “Evangelio de Chile”, la Palabra de su Hijo, y fue testigo del dolor y de las pérdidas, de la solidaridad y la esperanza, de la lenta reconstrucción tejida al calor de la fraternidad.
- Este año, para el 16 de julio nuestra oración, junto a la devoción popular y los bailes religiosos, pone a los pies de la Madre la enorme tristeza, los dolores y agobios de este tiempo de pandemia que vivimos, encontrando en ella el consuelo y la esperanza. La Virgen María, que huyó a Egipto para proteger a su Hijo recién nacido, sabe de la angustia ante el peligro. Ella, que a los pies de la cruz recibió en sus brazos el cuerpo sin vida de Jesucristo, conoce el dolor. La que fortaleció a los discípulos, sabe de miedo y de incertidumbre. La que proclamó la misericordia y el auxilio del Señor no se quedó en el Viernes Santo, sino que vio renacer la esperanza de los primeros testigos de su Hijo, Resucitado de entre los muertos.
- Muchos de nosotros no podremos peregrinar este año a templos y santuarios para celebrarla, como hubiésemos querido, porque necesitamos cuidarnos unos a otros. Pero tenemos la plena certeza de sentirnos cobijados por su manto. Bajo su amparo nos acogemos y su protección nos devuelve la paz. Su consuelo ha acompañado a familias impedidas de despedir a sus difuntos. Santa María de la Esperanza toma la mano de cada persona enferma,
- acompaña y reconforta a los adultos mayores, a los migrantes, a quienes han perdido sus empleos y fuentes de ingreso, y a todos quienes necesitamos una palabra de aliento. Sí, también nosotros la necesitamos, porque la angustia de no saber qué vendrá, cuándo ni cómo, también nos aflige. A todos, la Virgen del Carmen nos abraza y al oído nos susurra que Jesús siempre está con nosotros y nunca nos abandona. Su mano materna, suave y siempre extendida, nos levanta y nos hace volver a su amado Hijo, y encontrarlo en el hermano y la hermana que sufre.Ella nos impulsa a estar presente, más que con palabras, a través de la presencia física o remota al lado de los que sufren. Porque “nadie se salva solo”, como nos ha recordado el papa Francisco. Ella mueve a nuestras comunidades y a todo un país a procurar una ayuda solidaria y una voz de esperanza a los más desposeídos. Gracias, queridos voluntarios, por el gran esfuerzo desplegado. La precariedad y la fragilidad en que nos sume la pandemia, nos obliga a todos, especialmente a autoridades, representantes y líderes de la sociedad, a deponer intereses personales y sectoriales para retomar de verdad los caminos de diálogo con acuerdos generosos. “Somos un pueblo en marcha”, solo unidos superaremos las injusticias y nos levantaremos de esta crisis. Por eso, una vez más hemos de preguntarnos de qué forma podemos comprometernos solidariamente en las innumerables iniciativas existentes para ayudar a los que más sufren los efectos de la pandemia y a asumir responsablemente los resguardos necesarios para que los contagios no sigan expandiéndose.
- Mira a tu pueblo, Señora del mar y la cordillera. Tú sabes que esta Iglesia y esta sociedad chilena no siempre ha estado cerca del sufrimiento de los más vulnerables. Tú sabes que no siempre hemos sido humildes como tú. Queremos enmendar y ayudar a sanar. Queremos ser, junto a la gran familia de quienes vivimos en Chile, constructores de una sociedad más justa, con una vida más austera y un mayor cuidado a los más frágiles y a toda la Creación. Hoy experimentamos fuertemente nuestra debilidad y el sufrimiento de los hermanos nos desgarra; por eso, continuaremos haciendo lo que está a nuestro alcance para acompañar a los que van quedando solos y abandonados. Contigo, Virgen del Carmen, juntos en este camino, hoy te confiamos lo que somos, lo que tenemos y lo que vivimos. Porque sabemos que en las noches tormentosas sabiamente alumbras el camino, hoy te decimos:
Madre de la Iglesia,Tú recibes y nos entregas a Cristo; contigo nos ofrecemos a Él, para que sobre Chile extienda los brazos salvadores de su cruz y la esperanza de su resurrección. Amén.
EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE
Santiago, 14 de julio de 2020.